Gabriel Valbuena
Cuando alguien me pide remendar invito a la lana, a mi lavadora y los afectos.
A veces me llaman o me escriben. “Se me rompió el saco… ¿me lo puedes arreglar?” No siempre hay urgencia, a veces pasa tiempo antes de que la prenda llegue a mis manos, pero siempre hay algo más que hilos rotos. Llega con una historia, un gesto, un recuerdo arrugado.
Yo no cobro, para mí no es un trabajo. A veces pienso que lo que remiendo además de la estructura del tejido son los valores y afectos que guarda una prenda. Como el afecto de los cuidados de mi mamá conmigo, ahora que puedo remendar su saco la cuido de vuelta. Otras veces, simplemente quiero hacerlo, como un reto a desafiar las dinámicas capitalistas que definen que un pantalón tiene una vida corta. Y con mi zurcido su valor se incrementa, ahora mi afecto se hace hilo y recupera la prenda.
No es que me sobre el tiempo, pero hay algo ahí, en esos hilos que faltan.
A mi lado, decidiendo cómo será la nueva forma de la prenda está mi lavadora. Que le ayuda a los caprichos de la lana a decir, resistir, arrugar o ceder.
Hay remiendos que terminan más fuertes que la prenda entera. El daño no es el fin, sino un lugar para un nuevo comienzo, la unión de muchas fibras rotas resiste y se compacta: Se afieltra. Lana, lavadora y yo cambiamos los valores de una prenda, y dejamos nuestro rastro en ella.